miércoles, 8 de octubre de 2008

Insomnio del artista frustrado

Cada músculo me arde y duele de solo tenerlo. Cada ojo se incendia por el eterno parpadeo que me exaspera. El tiempo parece discurrir a su antojo, llevando de acá para allá los minutos y segundos que se congracian al torturarme, al angustiarme en lapsos huecos de sentido. La mañana amenaza de nuevo con llegar. El lógico devenir trae consigo un nuevo crepúsculo, más odioso que el anterior, cargado de obligaciones que deberé cumplir debidamente dormido, sin fuerzas, sin ganas, sin voluntad.
Los días de brillante sol y flores perfumadas que colman un mundo romántico no existen para mí. La única vegetación que percibo es el cúmulo de estrellas rutilantes, pululantes en un cielo que lentamente, desesperadamente para mí, se va colmando de blancos capullos sin pétalos ni tallos, bellos pero rutinarios, muy rutinarios; el primer astrónomo tuvo que haber padecido insomnio, es una de las pocas escapatorias a esta condena, creo yo. La otra, la que yo practico, la más agobiante e inservible, es pensar. “¿En qué?” Se estarán preguntando los lectores. En algo tan simple como el hecho, improbable, de que a ustedes les interesa conocer mi eterno y noctámbulo “vía crucis”. Me propuse, algunas veces, escribir algo más elaborado, como cuentos largos, novelas cortas o ensayos medianos, pero todavía estoy muy inmaduro, tengo que aprender y configurar un estilo; seguramente en mi lecho de descanso perpetuo (si es que algún día dicho alivio arriba a mi existir, el cual dejaría de serlo) pronuncie un discurso semejante, una excusa similar que oculte la vergüenza de no haber tenido el genio suficiente para crear una verdadera obra de arte.
Y acá empieza otra vez: el insoportable gorjeo de mil (aunque en realidad sean cuatro nada más) aves matutinas, el insufrible repiqueteo de trinos agudísimos que calan y perforan mis oídos, que atraviesan mis tímpanos y descienden (o ascienden) hasta el alma, que me dicen irónica y despectivamente: “es de día, ya es hora de que la gente normal se levante y continúe su vida”. Es indescriptible la hórrida sensación de vacío y dolorosa soledad que se apodera tiránicamente de mi espíritu. Sólo en este patético instante imploro piedad y clemencia. Sí, hasta mi orgullosa soberbia se quebranta frente a la humillación de la que soy objeto.
Ahora empiezo a entornar los ojos, todavía heridos por el fuego que los incineró, acurrucándome entre el montón de sábanas y delirios que desordenaron mi cama y mi cabeza. El sueño se inmiscuye y adormece mis sentidos abrumados. La paz reina ya en los pensamientos, creando la atmósfera propicia para descansar cuando el día recomienza. Y acá vuelve, como siempre, la última idea que, tan asiduamente como las estrellas, sobrevuela mi mente. Es la última esperanza que medianamente alivia mi pesar, y consiste en: “suponiendo que la vida de cada persona forma parte del sueño de otra, si mi existencia es nada más que la proyección onírica de un ser viviente, de esto se deduce que mi pesar, mi tortura y mis inextricables penas son, solamente, la trama de pesadillas anónimas que me crean durante la noche y me suprimen al despertar”. Y, ¿saben algo?, no hay nada que me traiga más calma en este momento, como saber y tener conciencia de que existe otro, en algún lugar, que duerme apaciblemente, saber que hay otro, en algún lugar, que tiene paz.

Chatterton

In nomine

¡No lo serás! ¡No me vas a ver más!
No quiero que lo seas.
Sé la nada en mi pensamiento, ocupa
el lugar de mi equivocación.
Que la locura es mi escape, a la vida
que nunca supe llevar, que tampoco supe traer.
Medí tus palabras, pelotudo,
porque soy la figura de la crueldad, soy la efigie
del dolor, de tu vergüenza.
Soy el que se mató aquél invierno, el que se
suicidó en tu presencia, que ahora vuelve, resucitado,
trastornado, para exigir la lealtad que perdí,
el respeto que, hace años, dejé ir.

Chatterton

Un poema en La Florida

Un débil intento con gusto a vacaciones. Gran lugar San Luis, ojalá pueda volver.
Chatterton

Eran más o menos las tres de la tarde, pero la hora exacta nunca la supimos. Cuando llegamos a San Luis, hacía seis días, lo primero que pidieron fue que nos sacásemos los relojes, algo así como la parte esencial de un rito de desconexión. Además el huso horario había sido remodificado en la zona. Era el acto heroico de un pueblo oprimido por la luz solar. Ése día la tarde pintaba en los ojos la belleza y la paz, despejando los problemas y agudizando los sentidos más olvidados. Nunca voy a saber por qué la naturaleza provoca tan puras sensaciones, quizás porque todo provenga de ella, o porque nosotros tenemos la capacidad de pensarlo así. Sólo unas densas nubes, cargadas de llanto y temor, oscurecían el panorama sobre las sierras. Pero estaban lejos ya, y además estábamos de vacaciones, una lluvia no iba a afectarnos, o por lo menos no a mí. Acostada sobre la lona, mientras luchaba contra el sueño, me preguntó:
- Lucio, ¿acá estás teniendo alguno de esos momentos de inspiración?
La voz forzada por la vigilia me sorprendió y, reclinado como estaba, para darme tiempo a entender lo que había dicho, le repregunté:
- ... ¿Cómo Gi?
- Claro – retomó con un tono más claro –, de los que me hablaste la otra vez, cuando estábamos en casa comiendo, ¿te acordás?
- ¡Ah! Sí, sí, me acuerdo bien. Justo recién era presa de uno de ellos, pero me lo cortaste...
- ¡Uy! ¡Perdonáme! Te dejo seguir pensando entonces.
- ¡No te preocupes! – le dije sonriendo – A cada rato aparecen y se van, con la misma fugacidad del instante.
- ¿Y no los podés buscar de nuevo? – argumentó con inocencia.
- Ojalá sirviera de algo, pero no. Cada intento de atraparlos se traduce en la angustia de verlos escapar, como cuando ves a una persona que murió hace poco y a la cual le querés hablar... en esos momentos te das cuenta de que las palabras y las frases suenan cada vez más lejos del oído del otro... del otro que ya no es otro, porque dejó de existir.
- ¡Ay! No te pongas pesimista. Sabés que no me gusta eso... ¿Qué obra tenías en mente antes?
- Ninguna completa. Reflexionaba sobre un cuento, uno de los tantos que me gustaría escribir. Le daba un nuevo giro en la mitad, en su punto de inflexión. Pero ya me olvidé de todo, y no vale la pena anotarlo. Además estoy podrido de escribir por partes, me siento impotente, nunca puedo llegar al absoluto. De todas maneras, mejor que me haya olvidado...
- ¿Por?
- Porque me daría vergüenza verlo en una hoja de papel. El olvido nos saca ese peso de encima... a veces...
El diálogo, implícitamente, se dio por finalizado. Me recosté a su lado y empecé a acariciarle la espalda. Noté que la piel se le había puesto colorada por los rayos del sol, así que me unté las manos con bronceador y traté de protegerla de una quemadura grave, de esas fuleras. Ella guardaba silencio, como yo. Ninguno hacía más que disfrutar del aire veraniego, del deseo oculto, de la posibilidad no concretada de poder pegarse un chapuzón en el agua del dique. En cualquier momento nos íbamos a refrescar, pero la espera y el ansia de hacerlo jugaban con el ánimo, llevándolo casi a la exasperación. En fin, era la hermosa tensión que existe entre la vagancia y la actividad, entre la vida y la muerte...
La respiración acompasada y monótona me dio la pauta de que se había echado a dormir. Los dos estábamos cansados. Ayer remamos sin parar durante hora y media a través del dique. Una aventura maravillosa, o más bien fantástica, porque se introdujo repetidamente el elemento caótico. Fuimos en dos botes por separado. En el primero iban la madre de Gi, Ceci, con una guía experimentada, “la Juli”, y una chica mendocina a la que le atrajo el buen precio de la excursión Porque cobraron barato por suerte, sólo veinte pesos por persona. La razón del descuento, sencilla, éramos los tripulantes experimentales de un proyecto turístico. Por ahí nos ahogábamos, pero por suerte salió todo bien. Las dos primeras se encargaron de remar, una en cada extremo de la canoa, adelante y atrás respectivamente, y la otra, sentada en el medio de la embarcación, oteaba el horizonte. El bote restante fue ocupado por Gi, en la proa, la amiga de la chica mendocina, también de los mismos pagos y también ubicada en el asiento de la mitad, y yo, que supuestamente tenía que guiar y marcar el rumbo, atrás de ambas. No es necesario que aclare mi falta de experiencia en el arte del remo, lo doy por sabido. También nos acompañó en la expedición un entendido remero calvo, que viajó en un kayak Zarpamos como pudimos, empezando a remar desparejo pero avanzando, siguiendo las luces de las linternas a lo lejos, siempre a lo lejos. Nunca pudimos seguir el ritmo de los demás y recibimos múltiples burlas e invectivas, pero me divertí lo mismo. A mí me encantan las experiencias náuticas, nunca supe por qué, quizás porque mis abuelos amaron, cada uno a su manera, el mar y los barcos; debe ser que lo llevo en la sangre. Lamentablemente Gi no disfrutó tanto, y no le apasionó demasiado el viaje. Quizás tuvo frío o cansancio, quizás estaba mareada o incómoda...
- ¿Por qué dejabas de remar ayer? – le dije, cortando el aire con las palabras.
- ... Mmm... esperá... – bostezó largamente, desperezándose todo lo que pudo, y una vez que estuvo sentada, continuó – es que estaba de mal humor. Además me congelaba el agua que entraba en la canoa, y medio me agarraron ganas de vomitar.
- Está bien... ¿y hablabas con la otra chica para distraerte?
- Claro, ¿por qué me preguntás?
- Curiosidad. Más que nada quería averiguar la razón de que hoy me duelan tanto los brazos.
Rió con suavidad, casi con gracia, y volvió a acostarse, tal y como estaba antes.
Con el correr de las olas le fuimos tomando la mano, hasta que llegamos a un claro acuático y nos acoplamos a una mateada inter-botes. Regalaron chocolates para combatir el frío y nos enseñaron a ubicar el sur con la verdadera cruz del sur, porque nos enteramos de que hay una falsa. Parece que la copia y la imitación se dieron desde los primeros tiempos en la naturaleza, y quizás por eso nosotros, los hombres, no podemos evitarlas... lástima que no le presté atención a la guía por divagar y naufragar en mi mente... ahora no podría saber cuál es el sur si me pierdo. Habremos estado media hora varados, durante los cuales me deleité con la luz lívida de una luna llena. El brillo esmerilado encandiló mis sentidos por un momento, haciéndome viajar mucho más lejos de donde estaba. Abandonado a mi suerte, me hizo combatir en la Grecia Helénica; luego me crucificó, hasta inspirarme para escribir la Divina Comedia; más tarde me acusó de sodomita, haciéndome pasar arduos años en la prisión, en la cual escribí, y escribí, y escribí... hasta que la necesidad de volver me hizo abandonar el mundo de mi imaginación, y forzosamente caí en la realidad. Destrabamos los remos y nos pusimos en movimiento otra vez. Había que recorrer un trecho bastante largo todavía, porque claro, todo viaje tiene su vuelta, aunque uno nunca regresa siendo el mismo. Mientras me mojaba palada a palada, noté que las nubes se habían ido. Era cierto que la sierra las absorbía entonces... porque a la tarde parecía inminente el diluvio, aunque anteayer el sol había pirograbado miles de recuerdos en maderas encontradas, y, más ciclotímico todavía, ahora la luna ensoñaba plácidamente en un claro estelar. ¡Qué increíble que es la naturaleza! En unas horas movilizó una tempestad, nos alegró la tarde y me hizo atravesar los tiempos eternos del pasado, todo con seguir su inquebrantable curso creador. Ahora que lo pienso, esa misma tarde...
- Gi, ¿por qué estuviste con mala cara ayer?
- ... ... Mmm... esperá... – ésta vez me parece que dormía más profundamente, porque le costó despertarse – no me sentía bien ayer... estaba algo angustiada...
- ¿Angustiada? ¿Por algo en especial?
- No sé... es raro... y muy complicado...
- ¿Querés hacer el intento de explicármelo?
Quedó suspendida unos segundos, meditando.
- Bueno. Voy a tratar. – Tomó carrera mental hasta que decidió empezar – Me siento mal porque no me puedo controlar, no puedo contener mi carácter, y eso no me hace bien ni a mí ni a los demás. Es horrible, siento mucha impotencia... algunas situaciones tontas me ponen mal y no encuentro la manera de controlar mi naturaleza... ni de disfrutar. ¿Entendés?
- Creo que sí... pero esta sensación que me describís, ¿es muy antigua?
- Bastante. Pero es como el clima, el otro día estuvo soleado, después se nubló, y hoy se despejó de nuevo. Y me pone nerviosa no controlar las situaciones, y más no poder resolverlas.
- ¿Y por qué no te expresas en un poema, en una pequeña hoja que te sirva de descarga? ¿Por qué no explayás lo que sentís?
- ¿Te parece? Pero yo no sé escribir... vos sos el poeta acá.
- No seas molesta, ¿si?. Podemos escribirlo juntos... si te parece...
- ¡Dale! Me gusta la idea. ¿Cómo empezamos?
No pude evitar reírme un poco. Nunca le dije la causa de mi sonrisa, pero había planteado un interrogante inmortal, una duda existencial en todo artista, que inunda cada una de sus obras.
- No hay una guía para seguir los pasos Gi, tenés que inspirarte y plasmar, descansar la vista en la naturaleza, observar las maravillas del camping de La Florida hasta irte más allá, internarte en el cielo para entrar en tu alma, viajar a través de tus sentidos y sentimientos, suicidarte por unos segundos y captar el instante de tu interior, la imagen fugaz que está impresa en tu cabeza. Ayer en el bote, cuando nos quedamos quietos, ¿qué pensaste? ¿Qué sentiste?
- Que extrañaba al sol, y que no quería que hubiera más nubes, porque me pone de mal humor la lluvia. Me gusta su calor, quiero verlo brillar, es lindo cuando quema y te deja pirograbar, no cuando nos abandona...
- ...y muere...
- Claro. Él sabe que la lluvia termina, como yo sé que mi mala cara se pasa con el tiempo. Pero me molesta no poder alumbrar. Cada día que me levanto intento no tener esos ataques y caprichos, pero no lo puedo evitar.
- Así como el sol no puede evitar ni la tormenta, ni el destino de la misma.
- ¡Exacto! Y esa falta de control me exaspera.
La empatía se iba apoderando de ambos, uniéndonos en la correlación de ideas, desarrollando su consuelo. Creamos un mundo aparte, nos transformamos en Dios, en Dante, para escribir sobre nuestra forma de ver las cosas, sobre nuestros sentimientos, sobre nuestro propio infierno. Escapamos juntos hacia el paraíso, hacia nuestro propio paraíso, siguiendo la huella de nuestra inspiración; cazando a través de las montañas para convertirnos en presas de la magia del arte. Que las Musas se jubilen antes de intentar inspirar a otro poeta. La mejor unidad, el absoluto, se alcanza a través del diálogo y la experiencia, del compartir y compadecer. En La Florida soñamos una misma realidad, juntos, a la ribera del dique, compartiendo el amor inenarrable de los primeros tiempos, el que unía al hombre con la naturaleza, y el que convertía, aunque fuera en la fugacidad del instante, al hombre en un dios.

Chatterton

Que Dios me preste una escoba

El primer aporte de una onirívora, mi querida Ariel. Mezcla de dolor ácido y humor agrio. Enjoy it,
Chatterton

Que Dios me preste una escoba
Y lo barra lejos, a lo de algún toba.
Que mi aquí, mi allá y todos mis lugares
Deroguen el recuerdo de cada uno de sus lunares.
Que su cara deje de tener sentido
Y evocarla sea el más difícil partido.
Que se me olviden sus poros,
Que antes me acuerde de la historia de los moros.
Que sus palabras oligarcas vuelen lejos
Y aprendan a mirarse en los espejos.
Que lo que le queda de mis ojos se calce los botines
Y lo persiga por cada uno de sus bulines.
Que llore las lágrimas que hoy yo lloro
Que se vaya a Pamplona y lo corra un toro
Que se le siembre la ciudad de recuerdos como a mí hoy me pasa
Que las chicas le sepan como a mí la uva en pasa
Que su almohada se torne pañuelo como la mía
Que ni Cupido ni Afrodita le concedan la amnistía.
Que la memoria deje de gritarme su nombre al oído
O que aprenda sánscrito así no entiendo su alarido.
Pero que sepa, ante todo, que yo no olvidoY que si alguna vez él vuelve, yo me habré ido.

Ariel

domingo, 5 de octubre de 2008

A mi abuela /In Memoriam/

Perdón por el silencio,
perdón por las palabras.
Siento que te hayas ido,
perdón por no haberlo sentido antes.

Escribo arrepentido,
te hablo desde el alma,
pido perdón por las visitas,
más que nada por obligarlas.

Sellaron tus labios la muerte
y la soledad, no hablaste
al oído, no hablaste nunca
con piedad.

Pero igual construyo y pienso
en los vivos recuerdos de mi niñez;
todo escuchando la única música:
esa muda cadencia de la eternidad...

Chatterton

Catarsis

“Let down and hanging on
Crushed like a bug in the ground
Let down and hanging around”
- Radiohead; Let down

La historia de este adolescente fue tejida con las agujas del dolor y la desesperación. No tenía salida, pero igual pudo escapar. Su nombre era Lucio, y la trama de sus días fue, por demás, escalofriante. Un recuerdo del pasado lo siguió siempre, atormentándolo, un recuerdo que nunca pudo expresar, ni aceptar en él mismo. Era homosexual, bisexual mejor dicho, y, como tal, rechazado. Otro recuerdo, más grato, le daba fuerzas para seguir adelante. Una novia, una chica que, desde el momento en que la conoció, nunca más olvidaría. Es difícil olvidar un primer amor, porque sí fue amor, del más puro e increíble, porque ambos se necesitaban, y él, aunque asustado y sabiendo el mal que podía causar, no pudo evitar enamorarse. El miedo nunca lo dejó en paz, la amenaza de confersar su naturaleza era el revólver que permanentemente apuntaba a su cabeza. La mano que dirigía el revólver, la del padre, una vulgar metonimia de la sociedad. Para algunas personas la normalidad es su motivo de vida, y esas personas no pueden concebir una deficiencia en el sistema, una falla, una diferencia, una particularidad, una inclinación, un deseo, una forma de pensar. Pobres esas personas, ¿no? A Lucio no le faltaban amigos, ni gente que lo quisiera. Era simpático y caía bien. Con un pelo castaño claro, delgado, alto y con lindas facciones, solía declararse heterosexual, no pudiendo disimular un seseo misterioso, ni un amaneramiento en sus formas de actuar. Pero hay mucha gente así, y no habría que suponer que toda esa gente está reprimida, oprimida por un entorno excluyente... o quizás sí, no lo sé en realidad, ni sé qué es la realidad, ni creo que valga la pena saberlo. Pero, más allá de eso, sí creo que la historia de Lucio, no siendo la única ni, mucho menos, la más feliz, vale la pena escucharla.

Todavía conservaba un rubio incandescente, y a veces sonreía con la naturalidad del infante cuando estaba en el Jardín. Debería haber jugado con los demás chicos inocentemente, corriendo y gritando irracionalmente, comportándose como un niño “normal”, con el típico espíritu lúdico de la niñez guiando sus pasos. Pero nada de esto fue así. Lucio era un chico retraído y callado. Siempre pasaba sus horas arrinconado, en la oscuridad, contra sus propios pensamientos. A lo largo de los años, fue dándose cuenta de su “anormalidad”. Una escapada al fondo del patio, una mirada y una revelación, un ver hacer pis, un tocar sin intención de nada en particular lo llevaron a intuir sus gustos, que no eran para nada excluyentes, sino que abarcaban a las otras inclinaciones también. Sin embargo, lo que también intuyó, fue que sus gustos, sin razón aparente, sí lo excluían a él del resto, y por eso los ocultó. Y por eso sufrió.

La vida es un teatro, dijeron muchos, y cada uno debe actuar y desplegar la personalidad de un personaje ilusorio del que, al final, sólo queda un recuerdo. Pero lo importante de esto, es conseguir el rol que nos haga felices, el papel que nos dé gusto representar mientras estamos sobre el escenario. Quizás no podamos siempre escribir nuestro propio guión, y quizás las más de las veces estemos ligados a sentimientos, a palabras sentenciosas que tensan sus curvas sobre el papel del libreto, atándonos para reducir nuestra voluntad, obligándonos a ser meros autómatas. A pesar de todo, a veces vale la pena intentar corregir nuestro futuro, sin dejar de ser lo que somos, sin dejar de vivir nuestra propia vida como más queremos. Lo malo es que muchas veces, por el desgaste del esfuerzo, nos quedamos sin fuerzas, y abandonamos la tarea para dejarnos llevar en un devenir irrefrenable que desemboca en la muerte, no de la carne, sino del espíritu.

“¡¿Qué te pasó Lucio?! ¡Por dios! Te quisiste cortar las venas, ¡¿estás loco?! Hoy mismo empezás a ir al psicólogo”. No pudo decir mucho en el momento, estaba desangrado. Y después menos pudo hablar, estaba avergonzado, aterrado. Todos escondieron el episodio, inyectándolo en las mismas venas abiertas de Lucio, que soportó el silencio de los demás y, peor aún, el suyo propio.

“La vaca punk no puede dejar de ser punk, porque esa es su esencia”, le dijo una vez a su novia. La vaca punk era un simple peluche al que le habían prendido, juntos, una especie de piercing en la oreja, y por eso era punk. Un día, cuando ella quiso sacarle el aro, él se lo prohibió terminantemente, diciéndole eso.
Después de un año y medio juntos, había que decir la verdad. Ya era insoportable la angustia, la farsa, las mentiras, los miedos. No pudo más, y le confesó todo. Explotó. En medio de su terrible crisis quiso sincerarse, y la perdió para siempre. Él no podía dejar de ser lo que era, pero ella no pudo aceptarlo. Después de muchos engaños, sobrevinieron demasiadas tortuosas noches de insomnio, acompañadas de lágrimas y lágrimas de un llanto espeso y salado. Muchos años de no llorar, hasta ese día. Una ruptura trágica, irremediable. Una destructora primera frustración para ella; la elección de un único camino para él. Ambos se separaron, cada uno por su lado. Ella contó todo y trató de olvidar. Tratando de imitarla, él se decidió, por fin, para no sufrir más, a contarlo todo. Pero por desgracia su camino estaba cerrado.
“Papá, soy gay”, fueron las últimas palabras que cruzó con él. Su protector, el ídolo de sus primero años, le dio la espalda. La intolerancia de toda una sociedad y el abandono se prefiguraron en ese torso tan supuestamente masculino, en esa espalda que, a diferencia de la suya, producía una sombra tan ancha contra la pared sobre la que él, con miedo, estaba recostado. La oscuridad terminó por abrumarlo, y no tuvo más remedio que irse, solo, excluido, releyendo y escuchando su música una y otra vez, buscando una respuesta en las letras, en la cadencia y el ritmo, desesperado ante el camino sin salida que había tomado. Y así comenzó a caminar, ardiente en deseos de desaparecer, desgajando una y mil ideas y posibilidades, atormentándose en la imposibilidad de seguir con su vida, hasta que llegó a la estación. ¡Un viaje! Eso necesitaba. Un irse a una tierra extraña, ajena, en donde nadie lo conociera, y empezar de nuevo, declarándose... pero no... pasaría lo mismo, sería rechazado, odiado, repudiado... ¿Qué hacer? ¿Adónde ir? No sabía, pero entró igualmente en la estación. No sacó boleto, sino que fue directamente al andén. A lo lejos, vio con ojos ciegos las luces del tren que se acercaba, y pensó otra vez en un viaje. Escuchó con oídos sordos el ferroviario y moderno sonido de la locomotora, de los rieles, y sintió que el tren estaba dentro de su cabeza, cortando y despedazando sus pensamientos, triturando los sentimientos que lo oprimían a él, purificando su alma a través del dolor y de la destrucción. Aturdido dentro del caos de su alma, al fin colapsó. Bajó del andén, y caminó un rato siguiendo las vías, hacia la locomotora. Antes de que el tren ingresara en la estación, todavía con velocidad, Lucio se desvaneció, y se dejó caer, hundiéndose en su propio abismo. Resignado, triste, incomprendido, cortó de raíz su propia vida. Al igual que el día que se enamoró, no pudo evitar suicidarse. Quizás esta vez no sabía el mal que podía causar, ni el dolor que podía generar. El suicidio, como el amor, suele ser egoísta.
A los pocos días sonó un teléfono, y una voz amiga dio noticias sobre la suerte de Lucio. Ese mismo día, una chica, sola en su cama, escuchando su música, volvió a llorar.
Chatterton

Presentación

Buenos días a todos. Pueden llamarme Chatterton. Hoy decidí, después de levantarme completamente resacado, crear por fin mi propio blog, para tener un espacio en el que asentar las ideas, las angustias, las amarguras y las felicidades, tamizadas todas por el precioso filtro del "arte", no sólo mías, sino también de todas aquellas personas que quieran participar de este proyecto. Declaro que soy un "onirívoro" (próximamente dejará de estar entre comillas), y ustedes se preguntarán: ¿Qué es un "Onirívoro"?
Bueno, para empezar, es una persona. Se puede nacer siendo "onirívoro", o puede ser una elección propia. Casi todos somos potenciales "onirívoros", menos la gente insensible. El adjetivo nace de una especie de aberración filológica, pero como para mí las lenguas y sus reglas no tienen ningún asidero imposible de romper, mantengo su origen. Se me ocurrió un día en la facultad. Simplemente sumé óneiros ('sueño, quimera') del griego, y vorax ('devorador') del latín, para que quedara la esencia de mi personalidad en la hoja. Una personalidad difícil de mantener en estos días, lo reconozco. Y ahora preguntarán: ¿Qué significa ser un "Onirívoro"?
Ser "onirívoro" significa, en pocas palabras, que cada día buscás en los resquicios de la normalidad una chispa de ilusión que te mantenga en pie. Cuando sos un "onirívoro", te alimentás de sueños, de delirios, de fantasías. Es el sustento para llegar al otro día, es la necesidad de tener en mente esa idea que le dé energía a nuestra imaginación. Muchos son los posibles alimentos, aunque el principal, creo yo, es el amor. Lo dije antes, y lo repito de otra forma, es difícil vivir así hoy en día. Pocas son las cosas que valen la pena. Pero existen, y vale la pena vivir por ellas. ¿Cuántas veces nos vimos solos y perdidos hasta encontrar esa ilusión que nos hizo volver? ¿Cuántas veces pensamos en dejar la carrera, hasta que una nueva idea se asentó sobre las dudas y nos hizo seguir? ¿Cuántas veces tenemos que escarbar en la almohada para descubrir un motivo que nos arranque de la cama? ¿Cuántas veces pensamos que todo estaba terminado hasta que apareció... y dejamos de sufrir?
Este blog está hecho para todas estas personas, para todos los onirívoros que quieran compartir sus experiencias. Puede ser un cuento, una poesía, una pintura, un dibujo, una creación combinada, un comentario. Puede hablar sobre un momento difícil, o sobre uno feliz. Yo, por mi parte, intentaré subir periódicamente mis aportes. Me interesa, además, dar a conocer el proyecto literario que hace rato tengo en mente. Voy a empezar con un cuento de reciente elaboración, que espero les guste. Como las tramas del arte son en esencia las mismas, quiero cambiar el color de los hilos para tejer historias nuevas, actuales, que hablen sobre lo que vivimos en estos días. Soy bastante pretencioso, lo sé, pero si no lo fuera no tendría sentido abrir un blog.
Nos veremos más adelante,
Chatterton