miércoles, 8 de octubre de 2008

Un poema en La Florida

Un débil intento con gusto a vacaciones. Gran lugar San Luis, ojalá pueda volver.
Chatterton

Eran más o menos las tres de la tarde, pero la hora exacta nunca la supimos. Cuando llegamos a San Luis, hacía seis días, lo primero que pidieron fue que nos sacásemos los relojes, algo así como la parte esencial de un rito de desconexión. Además el huso horario había sido remodificado en la zona. Era el acto heroico de un pueblo oprimido por la luz solar. Ése día la tarde pintaba en los ojos la belleza y la paz, despejando los problemas y agudizando los sentidos más olvidados. Nunca voy a saber por qué la naturaleza provoca tan puras sensaciones, quizás porque todo provenga de ella, o porque nosotros tenemos la capacidad de pensarlo así. Sólo unas densas nubes, cargadas de llanto y temor, oscurecían el panorama sobre las sierras. Pero estaban lejos ya, y además estábamos de vacaciones, una lluvia no iba a afectarnos, o por lo menos no a mí. Acostada sobre la lona, mientras luchaba contra el sueño, me preguntó:
- Lucio, ¿acá estás teniendo alguno de esos momentos de inspiración?
La voz forzada por la vigilia me sorprendió y, reclinado como estaba, para darme tiempo a entender lo que había dicho, le repregunté:
- ... ¿Cómo Gi?
- Claro – retomó con un tono más claro –, de los que me hablaste la otra vez, cuando estábamos en casa comiendo, ¿te acordás?
- ¡Ah! Sí, sí, me acuerdo bien. Justo recién era presa de uno de ellos, pero me lo cortaste...
- ¡Uy! ¡Perdonáme! Te dejo seguir pensando entonces.
- ¡No te preocupes! – le dije sonriendo – A cada rato aparecen y se van, con la misma fugacidad del instante.
- ¿Y no los podés buscar de nuevo? – argumentó con inocencia.
- Ojalá sirviera de algo, pero no. Cada intento de atraparlos se traduce en la angustia de verlos escapar, como cuando ves a una persona que murió hace poco y a la cual le querés hablar... en esos momentos te das cuenta de que las palabras y las frases suenan cada vez más lejos del oído del otro... del otro que ya no es otro, porque dejó de existir.
- ¡Ay! No te pongas pesimista. Sabés que no me gusta eso... ¿Qué obra tenías en mente antes?
- Ninguna completa. Reflexionaba sobre un cuento, uno de los tantos que me gustaría escribir. Le daba un nuevo giro en la mitad, en su punto de inflexión. Pero ya me olvidé de todo, y no vale la pena anotarlo. Además estoy podrido de escribir por partes, me siento impotente, nunca puedo llegar al absoluto. De todas maneras, mejor que me haya olvidado...
- ¿Por?
- Porque me daría vergüenza verlo en una hoja de papel. El olvido nos saca ese peso de encima... a veces...
El diálogo, implícitamente, se dio por finalizado. Me recosté a su lado y empecé a acariciarle la espalda. Noté que la piel se le había puesto colorada por los rayos del sol, así que me unté las manos con bronceador y traté de protegerla de una quemadura grave, de esas fuleras. Ella guardaba silencio, como yo. Ninguno hacía más que disfrutar del aire veraniego, del deseo oculto, de la posibilidad no concretada de poder pegarse un chapuzón en el agua del dique. En cualquier momento nos íbamos a refrescar, pero la espera y el ansia de hacerlo jugaban con el ánimo, llevándolo casi a la exasperación. En fin, era la hermosa tensión que existe entre la vagancia y la actividad, entre la vida y la muerte...
La respiración acompasada y monótona me dio la pauta de que se había echado a dormir. Los dos estábamos cansados. Ayer remamos sin parar durante hora y media a través del dique. Una aventura maravillosa, o más bien fantástica, porque se introdujo repetidamente el elemento caótico. Fuimos en dos botes por separado. En el primero iban la madre de Gi, Ceci, con una guía experimentada, “la Juli”, y una chica mendocina a la que le atrajo el buen precio de la excursión Porque cobraron barato por suerte, sólo veinte pesos por persona. La razón del descuento, sencilla, éramos los tripulantes experimentales de un proyecto turístico. Por ahí nos ahogábamos, pero por suerte salió todo bien. Las dos primeras se encargaron de remar, una en cada extremo de la canoa, adelante y atrás respectivamente, y la otra, sentada en el medio de la embarcación, oteaba el horizonte. El bote restante fue ocupado por Gi, en la proa, la amiga de la chica mendocina, también de los mismos pagos y también ubicada en el asiento de la mitad, y yo, que supuestamente tenía que guiar y marcar el rumbo, atrás de ambas. No es necesario que aclare mi falta de experiencia en el arte del remo, lo doy por sabido. También nos acompañó en la expedición un entendido remero calvo, que viajó en un kayak Zarpamos como pudimos, empezando a remar desparejo pero avanzando, siguiendo las luces de las linternas a lo lejos, siempre a lo lejos. Nunca pudimos seguir el ritmo de los demás y recibimos múltiples burlas e invectivas, pero me divertí lo mismo. A mí me encantan las experiencias náuticas, nunca supe por qué, quizás porque mis abuelos amaron, cada uno a su manera, el mar y los barcos; debe ser que lo llevo en la sangre. Lamentablemente Gi no disfrutó tanto, y no le apasionó demasiado el viaje. Quizás tuvo frío o cansancio, quizás estaba mareada o incómoda...
- ¿Por qué dejabas de remar ayer? – le dije, cortando el aire con las palabras.
- ... Mmm... esperá... – bostezó largamente, desperezándose todo lo que pudo, y una vez que estuvo sentada, continuó – es que estaba de mal humor. Además me congelaba el agua que entraba en la canoa, y medio me agarraron ganas de vomitar.
- Está bien... ¿y hablabas con la otra chica para distraerte?
- Claro, ¿por qué me preguntás?
- Curiosidad. Más que nada quería averiguar la razón de que hoy me duelan tanto los brazos.
Rió con suavidad, casi con gracia, y volvió a acostarse, tal y como estaba antes.
Con el correr de las olas le fuimos tomando la mano, hasta que llegamos a un claro acuático y nos acoplamos a una mateada inter-botes. Regalaron chocolates para combatir el frío y nos enseñaron a ubicar el sur con la verdadera cruz del sur, porque nos enteramos de que hay una falsa. Parece que la copia y la imitación se dieron desde los primeros tiempos en la naturaleza, y quizás por eso nosotros, los hombres, no podemos evitarlas... lástima que no le presté atención a la guía por divagar y naufragar en mi mente... ahora no podría saber cuál es el sur si me pierdo. Habremos estado media hora varados, durante los cuales me deleité con la luz lívida de una luna llena. El brillo esmerilado encandiló mis sentidos por un momento, haciéndome viajar mucho más lejos de donde estaba. Abandonado a mi suerte, me hizo combatir en la Grecia Helénica; luego me crucificó, hasta inspirarme para escribir la Divina Comedia; más tarde me acusó de sodomita, haciéndome pasar arduos años en la prisión, en la cual escribí, y escribí, y escribí... hasta que la necesidad de volver me hizo abandonar el mundo de mi imaginación, y forzosamente caí en la realidad. Destrabamos los remos y nos pusimos en movimiento otra vez. Había que recorrer un trecho bastante largo todavía, porque claro, todo viaje tiene su vuelta, aunque uno nunca regresa siendo el mismo. Mientras me mojaba palada a palada, noté que las nubes se habían ido. Era cierto que la sierra las absorbía entonces... porque a la tarde parecía inminente el diluvio, aunque anteayer el sol había pirograbado miles de recuerdos en maderas encontradas, y, más ciclotímico todavía, ahora la luna ensoñaba plácidamente en un claro estelar. ¡Qué increíble que es la naturaleza! En unas horas movilizó una tempestad, nos alegró la tarde y me hizo atravesar los tiempos eternos del pasado, todo con seguir su inquebrantable curso creador. Ahora que lo pienso, esa misma tarde...
- Gi, ¿por qué estuviste con mala cara ayer?
- ... ... Mmm... esperá... – ésta vez me parece que dormía más profundamente, porque le costó despertarse – no me sentía bien ayer... estaba algo angustiada...
- ¿Angustiada? ¿Por algo en especial?
- No sé... es raro... y muy complicado...
- ¿Querés hacer el intento de explicármelo?
Quedó suspendida unos segundos, meditando.
- Bueno. Voy a tratar. – Tomó carrera mental hasta que decidió empezar – Me siento mal porque no me puedo controlar, no puedo contener mi carácter, y eso no me hace bien ni a mí ni a los demás. Es horrible, siento mucha impotencia... algunas situaciones tontas me ponen mal y no encuentro la manera de controlar mi naturaleza... ni de disfrutar. ¿Entendés?
- Creo que sí... pero esta sensación que me describís, ¿es muy antigua?
- Bastante. Pero es como el clima, el otro día estuvo soleado, después se nubló, y hoy se despejó de nuevo. Y me pone nerviosa no controlar las situaciones, y más no poder resolverlas.
- ¿Y por qué no te expresas en un poema, en una pequeña hoja que te sirva de descarga? ¿Por qué no explayás lo que sentís?
- ¿Te parece? Pero yo no sé escribir... vos sos el poeta acá.
- No seas molesta, ¿si?. Podemos escribirlo juntos... si te parece...
- ¡Dale! Me gusta la idea. ¿Cómo empezamos?
No pude evitar reírme un poco. Nunca le dije la causa de mi sonrisa, pero había planteado un interrogante inmortal, una duda existencial en todo artista, que inunda cada una de sus obras.
- No hay una guía para seguir los pasos Gi, tenés que inspirarte y plasmar, descansar la vista en la naturaleza, observar las maravillas del camping de La Florida hasta irte más allá, internarte en el cielo para entrar en tu alma, viajar a través de tus sentidos y sentimientos, suicidarte por unos segundos y captar el instante de tu interior, la imagen fugaz que está impresa en tu cabeza. Ayer en el bote, cuando nos quedamos quietos, ¿qué pensaste? ¿Qué sentiste?
- Que extrañaba al sol, y que no quería que hubiera más nubes, porque me pone de mal humor la lluvia. Me gusta su calor, quiero verlo brillar, es lindo cuando quema y te deja pirograbar, no cuando nos abandona...
- ...y muere...
- Claro. Él sabe que la lluvia termina, como yo sé que mi mala cara se pasa con el tiempo. Pero me molesta no poder alumbrar. Cada día que me levanto intento no tener esos ataques y caprichos, pero no lo puedo evitar.
- Así como el sol no puede evitar ni la tormenta, ni el destino de la misma.
- ¡Exacto! Y esa falta de control me exaspera.
La empatía se iba apoderando de ambos, uniéndonos en la correlación de ideas, desarrollando su consuelo. Creamos un mundo aparte, nos transformamos en Dios, en Dante, para escribir sobre nuestra forma de ver las cosas, sobre nuestros sentimientos, sobre nuestro propio infierno. Escapamos juntos hacia el paraíso, hacia nuestro propio paraíso, siguiendo la huella de nuestra inspiración; cazando a través de las montañas para convertirnos en presas de la magia del arte. Que las Musas se jubilen antes de intentar inspirar a otro poeta. La mejor unidad, el absoluto, se alcanza a través del diálogo y la experiencia, del compartir y compadecer. En La Florida soñamos una misma realidad, juntos, a la ribera del dique, compartiendo el amor inenarrable de los primeros tiempos, el que unía al hombre con la naturaleza, y el que convertía, aunque fuera en la fugacidad del instante, al hombre en un dios.

Chatterton

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